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Bernardo Vega o de cómo un tabaquero se volvía un intelectual

¿Sabías que existió un fuerte vínculo entre la confección de cigarros y los estudios? Es difícil de imaginar, puesto que sólo conocemos la prudente advertencia del daño que el fumar causa a la salud. Mucho antes de los cigarrillos como los conocemos hoy y de que el tabaquismo degenerara en enfermedades terminales, existió un periodo en que los talleres y fábricas de puros, como también se les conoce, figuraron como principales centros de trabajo en el Caribe, Estados Unidos y Europa. Los trabajadores y trabajadoras de estos centros se convirtieron en el sector más educado del mundo fabril.

De hecho, si se reflexiona un poco sobre los procesos educativos en Puerto Rico, se recordará que en San Juan existió la escuela de la Maestra Celestina (1787-1862) y el Maestro Rafael (1790-1868). Rafael fue un pedagogo que también era tabaquero. Hijo de libertos, ganaba su vida preparando cigarros en un taller, mientras que el resto de sus horas, por cincuenta años, las dedicaba junto a sus hermanas, también estaba Gregoria, a enseñar a la niñez pobre, sobre todo negra, de la capital, junto a algunos blancos un poco más acomodados como Alejandro Tapia y Rivera (hijo de soldado), José Julián Acosta y Román Baldorioty de Castro, hijo de familia humilde.

Rafael Cordero y Molina, nombre completo del maestro, elaboraba los cigarros de manera artesanal. Es decir, buscaba las hojas que él mismo seleccionaba, las despalillaba, enrollaba y pulía para la venta. José Martí dedica una columna a nuestro maestro. En esta revela su conjunción particular de la manufactura de cigarros y la enseñanza:  “…desde su tablero de hacer tabacos, mientras juntaba la tripa y extendía la hoja daba clase de lectura, escritura y doctrina religiosa a los niños blancos y negros, ricos o pobres, que rodeaban su mesa de trabajo.” (José Martí en  “Rafael Cordero y José Martí, juntos en el Siglo 19”. Pedro Zervigón. El Post Antillano, 06/07/2022).

El lazo entre la delicada tarea de preparar cigarros y la formación intelectual continuó desarrollándose durante ese siglo 19. Al final de este, ya los tabaqueros se habían posicionado como los trabajadores más cultos de la clase obrera y entre ellos, Bernardo Vega.

Bernardo Vega, memoria imprescindible

Bernardo Vega es poco estudiado en Puerto Rico, sin embargo, fue figura clave dentro del movimiento obrero, específicamente entre los tabaqueros. Te invitamos a ver su autógrafo para que conozcas a una de las figuras claves de nuestro siglo 20 puertorriqueño (https://autografo.tv/bernardo-vega/).

Oriundo del barrio Farallón de Cayey, nació un 17 de enero de 1885. Cuando cumplió treinta años decidió emigrar a Nueva York con la idea de forjarse un mejor porvenir. Era el año de 1916. Venía de ser parte del movimiento obrero organizado en Puerto Rico. Incluso había participado de la fundación del Partido Socialista de 1915. Así que tan pronto pisó la gran ciudad neoyorquina fue orientado por compañeros obreros puertorriqueños que facilitaron el inicio de una larga y dura jornada existencial.

Sabemos de Bernardo porque, cuando tres décadas más tarde regresó a su país, reconstruyó su trayecto a través de una memoria. Así se llama el libro que te invitamos a leer: Memorias de Bernardo Vega. Este libro se editó y publicó por César Andreu Iglesias unos diez años después de su fallecimiento. En este texto nos informa que sus primeros años en el oficio de tabaquero los había dedicado a ser torcedor. Esta etapa fue investigada por la historiadora María Dolores Luque en su artículo “Bernardo Vega: tabaquero ilustrado, 1885-1916”. Al respecto dice:

Durante los años de 1911 a 1913 Bernardo Vega ocupó el puesto de Secretario Corresponsal de la Unión de Torcedores de Cayey, la cual Unión Obrera caracterizó como “una potente organización”, que los administradores de la factoría Cayey, Caguas Tobacco Company tenían un empeño tenaz en destruirla. Vega se destacó en el primer año de su cargo organizando en Cayey la celebración del Día del Trabajador (Labor Day), una de las celebraciones más preciada de los obreros. (32)

Torcedores

Para finales del siglo 19 y comienzos del siglo 20 la manufactura de tabaco a nivel de fábrica presentaba diferentes tareas con obreros especializados. Las matas se sembraban y sus hojas se cortaban con mucho cuidado pues debían salir completas. Estas se amarraban en grupos llamados “manijas”, las cuales se ponían a secar en largos tendederos. En la fábrica existía una sección de despalilladores. Este grupo tomaba las grandes hojas secas y le quitaba a mano los palillos del centro para poder transformarlas. De aquí pasa al sector que pica o tuerce la hoja. No podía ejercerlo quien no tuviera la sensibilidad, puesto que un cigarro encierra un arte muy delicado y preciso. Era la sección de los trabajadores más selectos: los torcedores.

Sentados en largas mesas, los torcedores tomaban varias hojas que constituirían el cuerpo o tripa del puro. Trabajaban sobre pequeñas tablas de madera en la que se ponía la hoja llamada capote. Sobre esta se colocaba el relleno del cigarro, es decir la tripa. Con un movimiento sutil, de fuerza contenida y precisión se estiraba la hoja capote que se iba enrollando. Se cortaban los sobrantes con una cuchilla especializada. El cilindro se volvía a enrollar sobre una hoja llamada capa, muy fina, que constituía el exterior del cigarro. Luego con un pedacito de esta última se creaba la punta. La calidad del cigarro dependía de la pericia de este colectivo artesanal. Aun hoy sigue siendo un arte exquisito.

La tarea de los torcedores implicaba un ritmo lento y continuado en sus labores diarias. Debía haber mucha concentración. De sus manos y ojo clínico dependía cada tabaco. Esta es la razón intrínseca por la cual el sector de los tabaqueros se convirtió en el más estudioso de la clase obrera. Las largas horas de trabajo manual, en la que la inteligencia y el talento del obrero eran cruciales para la manufactura de la mercancía, lejos de la atomización de otros tipos de fábricas, propiciaron que se creara un ambiente de estudio durante las horas laborales y evitar el tedio. De aquí surgieron los famosos lectores de fábrica, entre los cuales se encontraban muchas mujeres, incluyendo a la lideresa puertorriqueña Luisa Capetillo (1879-1922). La historiadora María Dolores Luque abunda sobre el origen de esta institución entre los trabajadores caribeños:

Esta práctica, de origen europeo, se inició en Cuba en 1865, y de ahí se propagó a otros lugares, como Tampa, Nueva York y Puerto Rico. Aquí se instauró en 1890, en la fábrica La Ultramarina, ubicada en San Juan. El lector leía dos horas en la mañana y otras dos en la tarde. Las lecturas incluían la prensa y obras literarias de contenido social, cuya temática reflejaba las más variadas posiciones de las ideologías radicales de la época. Una vez terminada la lectura, se iniciaba la discusión sobre la misma, propiciando de esta manera el intercambio de ideas entre los trabajadores. (22)

Antes de partir de su país, Bernardo Vega había sido lector y torcedor. No es gratuito que cuando salió de su natal Cayey hacia San Juan, para tomar el buque Coamo que lo llevaría a Nueva York, de la primera persona que se despidió fue de su maestra Elisa Rubio. A pesar de que tuvo que abandonar la escuela temprano para trabajar en el campo, pudo ser lector de fábrica gracias al particular método de enseñanza de su maestra. De hecho, al verlo, lo felicitó por la decisión y le dijo “Tienes talento y voluntad. Triunfarás, estoy segura. ¡Y te llenarás de gloria! (Memorias, 38). Gracias a esa maestra y a la crianza de sus padres, Antonio Vega y Eladia Montañez,  pudo sobrevivir en la gran urbe.

El Morito y las lecturas de fábrica

Cuando llegó a Nueva York entró a trabajar a la reconocida fábrica de cigarros llamada El Morito. No detalla en su memoria que fuera lector, pero sí podemos deducir que fue clave en la decisión de los libros que se leerían. Llevaba tiempo formándose en lecturas y prácticas de transformación social, pues ya había sido lector de fábrica en Cayey y organizador de trabajadores. Su amigo Lorenzo Piñeiro constata su basta formación:

La amplísima cultura que adquiere en el taller durante el día y a la luz de un quinqué

de noche, le transformaron, quisiera que no, en la figura central de las tertulias que en la Plaza de Recreo celebraban grupos de jóvenes y de trabajadores… (Luque 24)

Esta es la razón por la cual en sus Memorias pormenoriza el diario vivir en la fábrica de cigarros. Todo ocurría al calor de grandes lecturas:

…la fábrica de cigarros El Morito parecía una Universidad. En ese tiempo su lector oficial era Fernando García. Leía una hora por la mañana y otra por la tarde. Hoy el turno de la mañana lo dedicaba a la información cablegráfica: las noticias del día y artículos de actualidad. El turno de la tarde para obras de enjundia, tanto políticas como literarias. Una comisión de lectura sugería los libros a leer, los cuales se escogían por votación de los obreros del taller. (59)

Cuenta que se alternaban los temas. Iban de lo filosófico, a lo político y a lo científico. Se aseguraban de que luego de un libro de teoría viniera una novela, que pertenece al mundo del arte. Grandes autores, como los franceses Emile Zolá, Alejandro Dumas o Víctor Hugo eran leídos, junto a los rusos Dostoievsky, Gorki, Gogol, Tolstoi y, por supuesto, no podía faltar el español Benito Pérez Galdós. Las lecturas eran largas, pero ningún tabaquero se dormía porque su escogido representaba el interés de todos.

La institución de la lectura en los talleres de creación de cigarros permitió que este sector obrero fuera el más intelectual. Según cuenta Bernardo, es algo de nuestra identidad hispanoparlante y caribeña puesto que en los talleres de habla inglesa no se practicaba. De hecho, esta práctica fue introducida a los EE. UU. por puertorriqueños y cubanos.

Pero hay más. Reinaba el silencio durante los periodos de lectura. Cuando se leía un segmento que generaba aprobación y entusiasmo colectivo todos los tabaqueros golpeaban su tabla de cortar cigarros con las chavetas. ¿Cómo? Que nadie se asuste. No daban con la cabeza para aprobar. No. Se le llamaba chaveta a la pequeña cuchilla para cortar la capa del tabaco. La simultaneidad de golpes resonaba como sinfonía musical.

Luego de las lecturas surgía el diálogo crítico. Sí, mientras trabajaban opinaban sobre lo escuchado e incluso se creaban polémicas de mesa a mesa que generaban discusiones muy interesantes. La dinámica consistía en que, si no se resolvía alguna discrepancia, intervenía algún tabaquero de mayor experiencia y conocimiento como árbitro. Si aún así no se dilucidaba, fuera de toda duda, el punto en pugna, entonces se iba al mataburros. ¿A qué nos referimos? Pues a algún libro enciclopédico que proveyera información certera. Los obreros tenían su colección de libros de consulta. Incluso algunos estaban en las mismas mesas de trabajo (59-61).

De cómo su formación hizo menos tortuoso el camino

La historia de Bernardo Vega no fue fácil. Sus luchas por sobrevivir en Nueva York que narra en su memoria y sobre la que nosotros abundamos en nuestro autógrafo demuestran los grandes desafíos de su periodo histórico; uno lleno de desempleo, prejuicios y persecuciones. Pero también se revela, que gracias a pertenecer a talleres obreros que permitían el desarrollo intelectual, pudo convertirse en pieza clave de organismos latinos, sindicales y políticos que fueron tirando la zapata de mejores condiciones de vida para las familias emigrantes provenientes del Caribe.

Nuestro ilustre fue fundador de periódicos, encuentros culturales e intercambios latinoamericanos. Por su formación pudo trabajar en el periódico The Tobacco Worker, emitido en español y en inglés. Incluso en 1927 fue editor y presidente del semanario Gráfico (1926-1931) fundado por el Sindicato Gráfico en 1925; un año más tarde lo compró dedicándose de lleno al periodismo escrito. Además, llegó a ser articulista de los periódicos Nuevo Mundo (1940-1945) y Liberación (1946-1949), este último perteneciente a exiliados de la Guerra Civil Española y dirigido a toda la comunidad hispanoparlante.

Brilló en los procesos de reivindicación de la comunidad boricua al ser miembro original de la Alianza Obrera Puertorriqueña a partir de1922; fue fundador e incluso ocupó la presidencia del Ateneo Obrero en 1926; integró la Liga Puertorriqueña e Hispana ese mismo año y seis más tarde fue parte del Club Eugenio María de Hostos. Su memoria puntualiza que influenció para que el representante Vito Marcantonio del distrito East Harlem favoreciera y atendiera las necesidades de la comunidad puertorriqueña.

Sin embargo, el signo más fuerte de que Bernardo Vega fue un obrero sumamente intelectual y culto, con consecuencias sociales y personales favorables, fue la búsqueda de la escritura, vía que le permitió dejar una memoria histórica. Esta es un documento primario para comprender los procesos sociales de las familias migrantes puertorriqueñas en Nueva York, la evolución de la industria de los cigarros y la vida de los tabaqueros.