La ruta de la puertorriqueñidad
En Autografo.tv nos hemos dedicado a la tarea de resaltar los rasgos desconocidos de figuras relevantes de nuestra historia. En general todos y todas provienen de vidas ordinarias como la tuya y la nuestra. Con las herramientas que contaban maximizaron su paso por la vida hasta formar parte de nuestra comunidad de seres extraordinarios. Lo que somos como pueblo está enriquecido por sus gestas que no solo están en los libros de historia sino en la memoria colectiva que conforma nuestra identidad diversa, viva y cambiante. Cada acción contundente de estas puertorriqueñas y estos puertorriqueños marcaría entonces una ruta de la puertorriqueñidad que recorres cada día, muchas veces sin percatarte, y que los revitaliza en la actualidad.
DEPORTES
En 1938 se celebraban los IV Juegos Centroamericanos y del Caribe en Panamá. Las autoridades decidieron no enviar atletas femeninas por miedo al ridículo. Alegaron no había fondos. Entonces, la caborrojeña Rebekah Colberg (1915-1995), reconocida deportista del momento, buscó ella misma los fondos para el equipo de volibol femenino al que pertenecía. En Panamá participó en varias competencias convirtiéndose en nuestra primera medallista de oro internacional con sus victorias en el lanzamiento del disco y la jabalina estableciendo marcas latinoamericanas. Así también, junto a sus compañeras ganó oro en la rama del volibol. Esa misma década, otro de los nuestros sentó pauta internacional. Sixto Escobar (1913-1979) se convirtió en nuestro primer boxeador de relevancia en el extranjero. Nacido en Barceloneta, desde 1934 hasta 1937 nuestro Gallito fue el campeón mundial Peso Gallo por todas las entidades del boxeo. Cuando en 1937 pierde por primera vez su corona ante Harry Jeffra, dobló su minuciosa capacidad de entrenamiento y recuperó su prominencia mundial ante Jeffra en 1938. Durante 11 años de boxeo profesional alcanzó 64 peleas con 42 victorias, 21 por la vía del knockout (K. O.) y 4 empates. Ambos atletas lograron que la estima de la población puertorriqueña, durante una época marcada por la pobreza y las crisis sociales, comenzara a fortalecerse. Proceso que en la década siguiente continuara el lanzador capitalino Hiram Bithorn, al convertirse en el primer puertorriqueño que logró jugar en las Grandes Ligas blancas del béisbol norteamericano. No obstante, a no tener todos los dedos de su pie, su wind-up o lanzamiento de bola logró atemorizar, al contrario. En 1943 completó 18 victorias contra 12 derrotas, con un promedio de efectividad de 2.59 alcanzando 7 blanqueadas, consideradas las más altas en las Grandes Ligas para un puertorriqueño. En total lanzó ese año 250 entradas, 50 más que el promedio en la actualidad. Su velocidad al lanzar en las Ligas Mayores provocó que le llamaran Hurricane Hi Bithorn. Se retiró en 1947 con un total de 34 victorias, 31 derrotas en 509 entradas, ponchando a 185 bateadores. Su efectividad de por vida en las Grandes Ligas fue un loable promedio de 3.14.
CANTANTE Y ACTORES INTERNACIONALES
A Antonio Paoli, nacido en Ponce en 1871, le debemos el inicio de la ruta internacional de la puertorriqueñidad en el campo de la música. Con unos dotes vocales innatos, fraseaba muy bien al cantar en otros idiomas, con su voz de tenor logró hacer vibrar al mundo desde Rusia, Egipto, toda América y Europa desde 1901 hasta 1914. Luego de una pausa obligada llena de incertidumbre por causa de la guerra, se recuperó y llevó el nombre de Puerto Rico a brillar aún más a través de su voz desde 1917 hasta 1927 ganándose el título del «Rey de los tenores y el tenor de los reyes». Ese mismo siglo vio nacer en San Juan al actor Juano Hernández (1896-1970), primer actor negro puertorriqueño que triunfó en Hollywood ganándose el favor de la crítica especializada con el filme Intruder in the dust (1948). Luego de superar una niñez en las calles, aprender el inglés de forma autodidacta, llegó a actuar, dirigir y escribir en la radio norteamericana imitando a perfección diferentes acentos, triunfar como actor, cantante y bailarín en los musicales de Broadway y abrir camino a las actrices y actores negros norteamericanos en el cine. En este mismo derrotero, Puerto Rico dio al mundo en 1912 a José Ferrer, primer actor puertorriqueño que ganó un premio Tony en teatro por su interpretación de Cyrano deBergerac en 1946, la cual también produjo. En 1950 se convirtió en el primer puertorriqueño en ganar un Oscar y un Globo de Oro al realizar el mismo personaje en el filme Cyrano de Bergerac. Con este premio entró al selecto grupo de histriones que ganan un Tony y un Oscar por el mismo personaje. Fue nominado otras dos veces al Oscar por sus actuaciones en Joan of Arc y en Moulin Rouge. Interpretó el personaje de Iago 296 veces en la producción teatral de Otello, la obra de Shakespeare de más larga duración en la historia de Broadway. Su carrera abrió camino a otros actores y a otras actrices latinas.
COMPOSICION MUSICAL
La década del 50 del siglo 19 engendró dos grandes compositores que todavía hoy son únicos en su gesta. Braulio Dueño Colón nació en San Juan en 1854. Desde jovencito ganó premios por sus composiciones en el Ateneo Puertorriqueño. En su danza La jíbara alegre logra asombrosamente combinar el conocido seis chorreao con la danza. En la primera década del siglo 20 produce el cancionero infantil Canciones Escolares usando poemas de Manuel Fernández Juncos y Virgilio Dávila, cuyas canciones formaron generaciones de estudiantes, entre ellas la famosa Tierruca. Fue un precursor de la danza, de hecho, en 1914 el Ateneo Puertorriqueño premia su investigación sobre este género, cuyo máximo exponente lo fue Juan Morel Campos. Oriundo de Ponce (1857-1896), fue alumno del padre de la danza Manuel G. Tavares. Su primera danza la escribió a los 14 años luego de observar una pelea. La tituló Sopapo, término que actualmente perdura en nuestra puertorriqueñidad lingüística. Entre sus danzas más reconocidas se encuentran “Alma Sublime”, “Sueño de amor”, “No me toques”, “Sí te toco”, “Felices Días”, entre muchas otras. Ha sido catalogado “El más notable genio musical de la historia puertorriqueña”.
El siglo 20 trajo figuras que brillaron en la composición de música popular con impacto en el exterior. Rafael Hernández (1891-1965) nuestro “Jibarito” de Aguadilla brilló como creador de boleros e integrante de tríos de gran fama musical. Originó el Trío Borinquen grabando para Columbia Records boleros y sones, luego con el Cuarteto Victoria triunfó en Cuba, Puerto Rico y México añadiendo composiciones patrióticas a sus boleros de amor. Son recordados sus éxitos: “Lamento Borincano”, “Preciosa”, “El Cumbanchero”, “Capullito de Alelí”, “Campanitas de Cristal”, entre muchas. Una figura de relieve internacional que cantó sus composiciones fue Mirta Silva. Desde Arecibo fue a vivir a Nueva York con su mamá, donde en 1939 conoce al ¨Jibarito¨, quien se deslumbra por su tono vocal y la invita a cantar guarachas al Cuarteto Victoria. Ese fue el comienzo de una impactante carrera. Como cantautora sentó pauta en el mercado musical desde los años 50 hasta los años 70 en el Caribe y todo el continente americano. Su dominio de varios instrumentos, chispa y cualidades vocales, le valieron ser primera voz de la Sonora Matancera antes que Celia Cruz y su bolero de mayor fama lo es Que sabes tú, recientemente grabado por Luis Miguel, el cual dedicó a su entrañable amiga Sylvia Rexach al morir ésta. La máxima compositora puertorriqueña de boleros Sylvia Rexach (1922-1961) fue una compositora precoz que aprendió piano de oído en su barrio natal de Santurce. Los famosos Miguelito Váldez y José Luis Moneró dieron a conocer su adelantado talento al cantar “Di amor” de su autoría. Para defender los derechos de guionistas y compositores fundó la Sociedad de Autores, Compositores, y Editores de Música y también creó el primer conjunto musical de mujeres Las damicelas. Sus composiciones “Y entonces”, “Yo era una flor”, “Mi versión”, “Alma adentro”, “Nave sin rumbo”, “Olas y arenas”, la catapultaron como la mejor compositora de amor del siglo 20.
PINTURA
La ruta de la puertorriqueñidad contiene modelos para el mundo también en el campo de la pintura. Nuestro punto de partida es José Campeche (1757-1809), quien luego de ser un pintor reconocido se convierte en retratista para poder ayudarse económicamente. Pintar a la alta burguesía que regía en Puerto Rico le permitió alcanzar el sitial de primer retratista de Latinoamérica. Cuando Francisco Oller (1833-1917) tenía 12 años imitó un retrato que Campeche había realizado a su abuelo, el Dr. Francisco Oller. Esa pintura imitada por Frasquito, como también se le conoció, fue un pase de batón que le llevó a consagrarse como el máximo pintor puertorriqueño. Este talentoso artista tuvo la capacidad de poder adaptar su talento a cualquier movimiento vanguardista del momento. Es así como dominó el costumbrismo, el realismo y el innovador impresionismo, de este último fue el único latinoamericano influyente. Su obra más conocida, donde mezcla varios estilos es El velorio del maestro Oller. Su costumbrismo fue continuado por su joven amigo Ramón ¨Monche¨ Frade, quien decidió ocuparse de los rostros cotidianos que veía en las montañas de su país, contrario a los pintores más reconocidos que desarrollaban su arte con rostros aristócratas o militares. Su obra máxima fue El pan nuestro, donde cada detalle descubre aspectos de la puertorriqueñidad de su momento.
LITERATURA
Las letras puertorriqueñas son cimeras en la ruta de la puertorriqueñidad. La poesía se distingue en nuestros autógrafos con los versos de Lola Rodríguez de Tió, Luis Muñoz Rivera, Luis Llorens Torres, Luis Palés Matos y Julia de Burgos. La contradicción marca la vida de estos poetas. Lola Rodríguez de Tió nació en San Germán. Al participar del movimiento separatista y abolicionista del siglo 19 fue condenada al exilio. Compuso la letra original y revolucionaria de La borinqueña para la insurrección del 68, así como el famoso poema Nochebuena (1887) en torno a la libertad de los presos políticos en su país. Las autoridades locales prohibieron el reconocimiento de su arte públicamente pero sí fue vitoreada como poeta revolucionaria en España, Cuba y Venezuela por los poemarios Claros, Nieblas y Congojas (1885) y Mi libro de Cuba (1895) donde aparece su verso ¨Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas¨. Otro dato de nuestra poesía que parecería contradictorio es la voz literaria de Luis Muñoz Rivera. Aunque para muchos políticamente fue un moderado que prefirió la autonomía a la independencia, tanto en el periodo español como ante los EE. UU., sus versos están impregnados de un pálpito radical y anticolonial feroz: ¨Para ser digno y libre ¿a quién esperas? Lo serás, si es que quieres, cuando quieras.¨-dice un verso de su poema ¨A cualquier compatriota¨ (1887). Así de radicales son también otros poemas, tales como «Retamas», «Paréntesis», «Sísifo» y «Cuba rebelde».
Las paradojas en nuestros poetas se marcan aún más en Luis Llorens Torres y Luis Palés Matos. Llorens (1876-1944) creció en el campo de Collores, Juana Díaz, pero su vida de bohemia en la ciudad, esa reflexión sobre un siglo 20 emergente, equilibró de tal forma su espíritu y su verso que le concedió ser el poeta más importante de la literatura puertorriqueña de principios de siglo 20. De su prolífera mano se distinguen sus poemas: ¨Bolívar¨, ¨Valle de Collores¨ y la ¨Canción de las Antillas¨ y sus obras poéticas Barcarolas o visión de la barca, Rapsodia criolla y Sonetos Sinfónicos. Compartió con los mejores poetas de Latinoamérica y España convirtiéndose en el fundador del criollismo poético en América. Sus largas conversaciones y bohemia con los intelectuales de su época le permitieron afinar su poesía, su visión para un Puerto Rico independiente y compartir con otro de los grandes de la poesía: Luis Palés Matos (1898-1959). Llama la atención que Palés, hombre blanco, nacido en Guayama, resulta ser el gran precursor de la poesía negroide o antillana en Hispanoamérica, como vital aportación a la búsqueda de la identidad puertorriqueña iniciada en el siglo 20 durante la década del 30. Luego de adentrarse con maestría en otros estilos y temas poéticos genera en 1937 su libro Tuntún de pasa y grifería de impacto mundial, adelantándose en tema y técnica a otros negristas antillanos como Nicolás Guillén y Alejo Carpentier.
También de la generación del 30 es la voz femenina corpulenta y desgarradora de la líder nacionalista Julia de Burgos. Con su poemario Poema en 20 surcos amalgamó su afirmación antillana, su amor por su tierra y la lucha contra la explotación laboral. Así también publicó los poemarios Canción de la verdad sencilla (1939) y El mar y tu escrito en 1941, añade el amor y la lucha existencial, en continuidad con la búsqueda de la generación del 30 de qué es ser puertorriqueña/ puertorriqueño. Su gran contradicción estriba en que mientras vivía tuvo grandes retos para abrirse camino en la comunidad literaria y para vender sus libros, mientras hoy es nuestra poeta más reconocida y vendida. Esta misma generación del 30 que se preguntaba qué es ser puertorriqueño, tuvo su mayor exponente en el género de la novela en Enrique Laguerre. Don Enrique nació en Moca, fue maestro rural y profesor. Esos tres ejes le permitieron cristalizar crónicas sociales sobre la situación del trabajador de la tierra, su familia, el decadente sistema de haciendas, lo terrible de la vida en el latifundio cañero teniendo de fondo la búsqueda de la identidad nacional. Sus textos más emblemáticos al respecto son La Llamarada (1935), Solar Montoya (1941), 30 de febrero (1943), La resaca (1949), Cauce sin río (1962), La ceiba en el tiesto (1956), Los amos benévolos (1976) entre muchas más que le valieron ser nominado al Premio Novel de Literatura de 1999.
Como ves, en esta primera parte de la ruta de la puertorriqueñidad se nos ha llenado el camino de personas cuyos triunfos parten del atrevimiento de ejecutar lo que les dictaba su corazón. Son esas decisiones lo les valió ser parte primordial en nuestra identidad. Continuamos la semana entrante.